Pre/escritores


17º CONCURSO DE PRE/ESCRITORES
PRE/U – ITAÚ

Nunca se pierde la esperanza
Joaquín Martirena, 1er lugar del Concurso de Preescritores.
 
Ya eran la una de la tarde cuando estaba entrando en el salón de clase. Mis amigos repetían una y otra vez los teoremas detrás de mí pensando que les iba a ir bien, otros trataban de relajarse, pero yo solo quería que pase lo más rápido posible. Al ver al profesor a todos se nos helo la sangre y cada uno trato de hacer lo posible para tener una ayuda durante el parcial algunos rezaban otros se prepararon el trencito, y vaya uno a saber que más podían hacer.
Me entregaron la hoja y de la nada el tiempo empezó a correr como un caballo desbocado. Los números desfilaban por las hojas, nadie chistaba, solo escribían números sin sentido para resolver los problemas. Todo paso tan rápido que luego del escrito ni sentí el alivio de haberme quitado tanto peso de encima. Luego, como en cualquier lugar del mundo yo y mis compañeros comenzamos a comparar las respuestas. Me sentí tan desesperanzado después de haber estudiado tanto, que ninguno de mis resultados eran los correctos. Siempre que pasa esto nadie te puede decir si lo tuyo está bien o mal, solo tienes que confiar en ti mismo y ver le vaso de agua medio lleno. Al día siguiente, como de costumbre me levante temprano desayune y partí a la parada de ómnibus. Llegue al colegio y tuve algunas clases hasta que llegó la hora de matemáticas.
Comenzó a repartir las pruebas corregidas, vi la cara de asombro de algunos que la habían pasado. Esto me lleno de esperanza y confianza hasta que con un insignificante numero en tinta roja llego a mi mesa. Era un tres, un golpe en la cabeza que casi me deja “knockout”, no se podía hacer más que seguir la vida ignorando ese inútil número y mirar hacia adelante. Como dice un verso campero “son cosas que pasan”. Legue a casa y todo me preguntaron qué nota me saque, no les podía mentir así que les dije un tres. Creo que nunca en la vida un número me había cambiado tanto, como si mi vida dependiera de ello. En vez de agradecer las cosas que tenía ese número no salía nunca de mi mente, lo puedes creer un solo número.
Seguí mi vida normal, esa es la única opción que tenía y resulto ser buena. Comprendí que no era necesario preocuparse tanto. Los domingos iba a lo de mi abuela Quetita donde se reunía toda la familia. A veces hacíamos juegos o rifábamos cosas entre los primos, y nunca faltaban las croquetas del almuerzo en su casa. Entre semana la diversión se acababa y se cumplía con el deber. Luego de 3 meses ese tres estaba en el fondo de mi inconsciente. Era un viernes, el día que todos esperan, nada te puede quitar la alegría ese día. Ya la primavera se estaba haciendo presente y el sol se hacía cada vez más fuerte.
De tarde fuimos al campo de deportes nada podía ser mejor en ese día. En camino hacia Los Ceibos me senté al lado de mis amigos Juan Martin y Sebastián, no recuerdo bien de qué pero seguro fue algo interesante. Llegamos y había un cielo despejado con un gran sol que llenaba de sonrisas a las personas. Una brisa agradable venia del sur con el olor del mar, que le daba vida a las hojas de los árboles que saludaban a los que disfrutaban de su sombras, el pasto bailaba de un lado hacia el otro con la música de los pájaros. Nos sentamos en la cancha y empezamos a elegir los equipos.
 Mientras Rafa, nuestro técnico elegía los equipos, vi pasar un auto y mientas se acercaba comencé a notar que era mi abuelo de parte de mi madre. Era algo raro no entendí porque vendría. Se bajó del auto, se dirigió a donde estaba y me dijo con una voz firme pero al mismo tiempo cariñosa “Joaquín, nos vamos”. Algo estaba pasando, no comprendía nada. De pronto el cielo se nublo mientras me dirigía al auto y en el oído bien bajito como si le diese miedo mi reacción me dijo ”Quetita se murió”.  
El tiempo se detuvo, los pájaros dejaron de cantar el viento soplaba más fuerte y las nubes tapaban el sol, como si el mundo me estuviera tragando. Pero en un abrir y cerrar de ojos todo volvió a la normalidad y estaba en el auto rumbo al velorio. En el auto pensamientos, imágenes e ideas corrían en mi cabeza generando un gran zumbido, no lo podía aguantar hasta que me quede con la imagen de toda la familia reunida con ella. Fue un viaje en silencio, nadie emitía sonido. Al llegar al velorio y ver a todos se me callo una lagrima. Salude a todos y mire el ataúd como si ella fuese a revivir. Me compre algo para comer y comencé a pensar todas las cosas que aprendí de ella, y como sería una vida sin ella. Nunca pensé que llegaría a esta situación. Me quede comiendo con mis primos, hasta que llego Juan Diego un amigo, me quede hablando con él y mi primo y logre distraerme, por suerte. Al llegar a casa me di cuenta que cada domingo me iba a acordar de ella y eso iba a ser inevitable.   
Días después me di cuenta que un “tres” no significa nada, y cosas que enserio deberían frustrarse son situaciones como la que recién viví. Con el tiempo los recuerdos inevitables se volvieron más placenteros y en vez de ser dolorosos era una forma de no olvidarme de ella. Con estas situaciones es como una persona se educa y comienza a valorar más las cosas que tiene.
 
 
 
Mi cielo
Thiago Toranza, 2do lugar del Concurso de Preescritores.

Era una nueva noche fría, Bellie caminaba por el puente mientras sentía una brisa helada golpearle el rostro. Cerró los ojos para sentir el viento en la cara, concentrarse en el sonido del río que fluía a unos metros de sus pies.
Detuvo su caminata, pues pudo ver a lo lejos una persona sentada en el borde del puente. Fue como si la brisa le congelara el cuerpo, sintió un miedo terrible a lo que podía pasar. Respiró profundamente y comenzó a andar hacia quien estaba posado en el puente.
Se acercó todo lo que le permitió su propio miedo. Lo vio con la mirada fija en el abismo y dijo: -Que linda vista ¿no? - Lo asustó y mirándola a los ojos, murmuró: --No puede ser. - Volteó de nuevo, colgó la mirada en el horizonte y quedó duro, sin mover un pelo.
Ella se calmó. Seguía sin saber qué hacer, se sentó a su lado. Él preguntó: - ¿Qué estás haciendo? - De forma casi instantánea ella respondió: -Te pregunto lo mismo. - Sonrieron los dos, pero él no dijo ni una palabra más. La miró e inclinó su cabeza sobre su hombro, invitándola a bajar del puente. Se bajaron y Bill apurado por huir de la escena volteó y empezó a caminar. Esto llamó la atención de Bellie que le preguntó casi gritando de la distancia que había entre ellos: - ¡¿Cuál es tu mayor miedo?! - No obtuvo una respuesta.
Bill llegó a su casa, se quitó los zapatos y se acostó. Mirando al techo pensó en los motivos de su tristeza. Había perdido por tercer año consecutivo lo que para él era lo más importante, el Torneo Nacional de Robots. Había dedicado mucho tiempo de sus cortos años como estudiante de liceo para ello y se sentía decepcionado de sí mismo por los resultados obtenidos.
Bellie buscó a Bill en el liceo el día siguiente, quería hablar con él, pero este la ignoraba. La ignoró durante una semana entera. Hasta que un día se sintió solo de nuevo y pensó que en ella encontraría un consuelo. Así que la buscó. Ella comprendió a Bill como nadie y lo invitó a salir, para poder hablar más cómodamente.
Bill le contó lo que le pasaba, pero nunca mencionó nada acerca del puente. Extrañada por esto, Bellie le preguntó acerca del puente, pero otra vez, no obtuvo respuesta. No quiso insistir para no incomodarlo y se quedó conforme con demostrarle su interés por la situación.
Siguieron saliendo, conociéndose y haciéndose cada día más amigos. Bill se empezó a sentir diferente, empezó a ver las cosas de otra forma. Entendió que por el hecho de frustrase por no ganar, se estaba perdiendo de un montón de experiencias importantes. Las empezó a apreciar y a disfrutarlas. Se empezó a sentir orgulloso de todo el trabajo que había hecho durante esos largos tres años.
Hizo sentir a Bellie responsable de estos cambios, pues ella le había enseñado a ver el lado buenas de las situaciones malas o a veces no tan favorables que la vida pone por delante.
Pero toda la linda amistad que habían forjado, un día, se vio afectada porque Bill, se sentía enamorado de Bellie y se lo quiso hacer saber. Esto no le sentó muy bien a ella. Bellie tenía miedo de sentirse amada en algo más profundo que una amistad. Se alejaron, y estuvieron dos meses sin hablar, sin escribirse, sin nada.
Bill comenzó a sentirse mal de nuevo, pero lejos de caer en otro abismo, buscó la forma de disculparse con Bellie. Nunca la encontró.
Un día, el profesor de la asignatura “Valores” les pidió a sus estudiantes que escribieran un ensayo, en el cual deberían tener de tópico: Su madre, su padre u otra influencia positiva que tuvieran en su vida. Esto debía ser leído ante todo el salón de clase.
Bill había sentido esto como la oportunidad perfecta para poder retomar su amistad con Bellie, ya que eran compañeros de clase. Una noche, inspirado, comenzó a plasmar todo lo que sentía en una hoja.
El gran día había llegado, era cuestión de esperar su turno. Se mostró ansioso durante toda la clase, hasta que el profesor lo llamó. Por fin había llegado su turno, tomó aire y dijo: Elegí hablar de una influencia positiva.
-Respiró profundamente una vez más antes de empezar a leer el ensayo que había escrito y comenzó: -Un día estaba triste y completamente desconsolado. Comencé a caminar, sin rumbo. No sé por qué, pero llegué al puente de la avenida 27. Me senté allí. Había escuchado que todos quedan deslumbrados por la simple belleza de su paisaje, pero estaba tan triste que no lo pude contemplar. Solo veía el abismo en el fondo de mis zapatos.
Escuché pasos, pero no les di importancia, era de noche y cualquiera podía pasar por allí. De repente pude oír una voz proveniente de mi espalda que me preguntó por la belleza de la vista. Esa voz era de Bellie Alviz. Ese fue el primer momento en el que me pude concentrar en lo que mis ojos veían, más allá del abismo que me aterrorizaba. Ese fue el primer momento en el que me sentí a salvo.
Traté de ignorarla por un tiempo, tenía miedo de que pensara que estoy loco. Un día la busqué y le di las gracias por tomarse el momento de hablarme cuando me estaba ahogando en mis pensamientos negativos.
Nos hicimos amigos y empezamos a hacer video llamadas para realizar juntos las tareas de clase, hablar de la vida. Hasta que un día me sentí lo suficientemente seguro para invitarla a salir. El día que salimos, fuimos a un parque, casi a la orilla de la playa. Miramos el cielo y apreciamos su simpleza, como si no existiera nada mejor.
Un día me preguntó: ¿Por qué estabas en el puente? Nunca le respondí esa pregunta, nunca hasta ahora. – Llamó la atención de Bellie, quien había estado durante toda la presentación del ensayo de Bill, cabizbaja y enojada, pero también sometida a la nostalgia que le generaba su imagen. Levantó su cabeza para prestar atención a la respuesta de Bill, quien siguió leyendo: -Tampoco le respondí a la pregunta que soltó en el puente cuando prácticamente huía de ella: “¿Cuál es tu mayor miedo?”
Siempre me consideré valiente, por eso después de escuchar esa pregunta pensé y pensé, pero no pude encontrar algo en mi mente que me hiciera sentir miedo.
–Bellie agachó su cabeza, decepcionada con la respuesta de Bill- Hasta que un día, me sentí distante de la persona que me había hecho ver el mundo de otra forma. Ahí fue cuando caí en la cuenta, de que lo que cuenta, son esos pequeños momentos de felicidad que generamos con las personas que amamos. Esas personas que te hacen sentir que nunca vas a estar solo y que siempre te apoyan. -Se detuvo, se le quebraba la voz. La miró y retomó su lectura con una lágrima cosquillosa que le recorría la mejilla- Nunca tuve un mejor amigo ni una mejor amiga, pero sé lo que es porque Bellie me dio eso.
No era alguien positivo, siempre cargué con el peso de no saber lo que es ganar. Pero un día, sin yo saberlo. Cambié. Eso fue culpa de ella. Me hizo comprender que en la simpleza del cielo se ve reflejada nuestra vida. Entendí que no ganar no significa perder, sino que significa tener algo para mejorar, pero a veces nos nublamos la mente de pensamientos negativos que no nos ayudan a progresar.
Ella me hizo sentir feliz y me dio razones de sentirme vivo, razones para sentir, como nunca había sentido. Me dio razones para amarla. –Ninguno de los dos se pudo resistir las lágrimas, pero continuó –Es el motivo por el cual bajé del puente y abandoné mi abismo. Ella es el motivo por el cual hoy puedo leer esto. Es el motivo por el cual puedo exonerar esta clase. Es el motivo por el cual sigo intentando lograr aquello que tanto deseo. Ella es mi influencia positiva, la razón de mis risas y el motivo de este llanto. –Allí terminó de leer, la clase entera quedó en silencio y de uno en uno empezaron a aplaudir, mientras que el buscaba como ocultar su llanto, pero no podía.
Esperó a Bellie en el parque del liceo, expectante de qué le diría. El tiempo pasaba y no aparecía, se empezaba a desesperar. Hasta que apareció. Sin dudarlo, corrió hacia ella. Le quiso hablar, pero Bellie se anticipó y le dijo de encontrarse en el puente de la avenida 27. Bill aceptó.
Allí estaban, sentados otra vez en el puente, aunque esta vez sí apreciando la hermosa vista. No hablaron, ninguno rompía el silencio. Hasta que ella le preguntó: - ¿A qué te referías con lo del cielo en tu ensayo? - Y Bill respondió: Vos me enseñaste que somos cómo el cielo. Me enseñaste que habrá días en los que todo va a estar despejado, que no habrá problemas, solo razones por las cuales ser felices. Me enseñaste que no debería asustarme si aparecen situaciones que no me permitan disfrutar del todo mi felicidad, o problemas, porque así como el cielo es tapado por nubes, siempre se despeja otra vez. Me enseñaste que tengo que ser como el cielo, porque sin importar que tan oscuro sea el momento que esté viviendo, nunca voy a estar solo, que siempre alguien me va a acompañar, así como las estrellas acompañan al cielo en su momento más oscuro, la noche. Me enseñaste que siempre, siempre, sin importar nada, el Sol va a salir de nuevo.
Bellie soltó una lágrima de felicidad, del cúmulo de emociones que sintió después de escuchar esas palabras, tomó la mano de Bill y le dio un beso en la mejilla. Allí se quedaron, sentados juntos, disfrutando de su cielo de medio día en primavera.
FIN






I choose to live.
Yuliana Vidart, 3er lugar del Concurso de Preescritores.
 
Cuando toca, tocan dicen… 
Uno vive cada día pensando que vivimos un día más, pero realmente, es un día menos. No nos damos cuenta que muchas veces hemos perdido momentos importantes y felices por pensar en lo que más nos entristece y nos hace el doble de infelices. Pero un día, todo puede cambiar, un día en el cual vas al médico y éste te comunica que tienes una enfermedad terminal. Bueno, hace 10 años me ocurrió y ésta es mi historia… Un día me desperté. Con ayuda de mi marido le preparamos el desayuno a nuestros hijos. Más tarde yo tenía una cita médica, así que desayuné a prisa, me di un baño, y luego me puse en camino. En el camino pensaba en todas las tareas en las cuales me atrasaría, en cuántas cosas debía hacer a mi regreso. Y de pronto, llegué al hospital. Cuando fue mi turno, pasé, creí que sería un control de rutina con mi doctor. Hasta que me empezó a realizar tacto en la garganta porque me dolía hace mucho tiempo y aunque me recetaron medicinas, nada lo calmaba. Entonces se detuvo en una parte y no avanzaba de esa zona. Le pregunté qué era lo que ocurría y tan solo dijo que podría no ser nada. Eso me confundió y me asustó aún más, tan solo esperé en silencio. A continuación dijo que realizaría un estudio para determinar qué era lo que tenía y dijo que agendara cita nuevamente lo antes posible. Me retiré del consultorio, me dirigí hacia las oficinas y me dieron turno al siguiente día para los estudios. Las palabras del médico resonaban en mi cabeza, cada segundo del viaje de regreso a casa pensaba en… ”Podría no ser nada” Y me preguntaba: ¿Qué sucedería si fuese algo? ¿Qué haría? Pensaba en mi familia y no sabía si contarles, tal vez podría ser “nada” y los preocuparía. Entre una pregunta y otra, llegué a mi hogar. Ya era mediodía. Mi marido e hijos estaban preparando la mesa para almorzar. Cuando entré mi marido fue el primero en saludarme, me miró con una amplia sonrisa y me preguntó cómo me había ido. Mi respuesta fue la verdad, dije que me harían estudios y afirmé que todo estaría bien, que de seguro no era grave. Aunque se asustaron, logré calmarlos. Y exigieron que los mantuviera al tanto de absolutamente cada detalle. Nos sentamos a almorzar. Hicieron milanesas con puré, sin dudas mi comida favorita. Terminamos de almorzar y entre todos limpiamos y guardamos cada cosa en su lugar. Propuse jugar al truco y aceptaron. Entre risas y diversión se hicieron las dos de la tarde. Llevé a Manuel mi hijo mayor de 17 años de edad hasta su liceo y también a Matías, mi otro hijo de 15 años de edad. Luego me dirigí a la oficina, trabajo como contadora de una empresa. Trabajé toda la tarde para ponerme al día y adelantar todo lo más posible. Cuando miré el reloj, eran las ocho de la noche. Mi marido fue por los chicos, así que yo solo debía ir directo a casa. Llegué al mismo tiempo que ellos. Entramos a casa. Preparamos el mate y mis hijos insistieron en hacer una torta de naranja para acompañar con el mate. Les quedó deliciosa y acompañaba perfectamente al mate y la charla familiar. Para nosotros la comunicación es fundamental. Con Lucas mi marido hicimos la cena mientras los chicos estudiaban. De pronto ya eran las 11:00 pm, hora de ir a dormir. Al otro día, mi estudio médico lo tenía citado para las 9:30 am. Despertamos a las 7:00 am ya que debíamos desayunar y ordenar temprano así los chicos tendrían tiempo para ellos. A las 8:00 terminamos de ordenar y limpiar. En su liceo la hora de entrar era las 2:00 pm, así que tendrían mucho tiempo libre, el cual podían usar para leer, jugar, conversar y demás. Prendimos los parlantes, reproducimos la música y armamos un minibaile entre los cuatro antes de tener que irme a enfrentar la realidad. No voy a negar que tenía un gran miedo, curiosidad, ganas de que no fuese nada. Recordaba la sonrisa de Lucas, la de mis hijos también, quienes me dan fuerza para enfrentarme a lo que sea y ser valiente. Tener miedo no te hace dejar de ser valiente, porque considero valientes a quienes tienen miedo y aun así salen adelante. Me hicieron el estudio y regresé a casa. Una semana más tarde, había llegado el día de la verdad. El médico analizó el estudio, me miró tragando saliva y me reveló que en mi garganta tenía cáncer. Cuando lo oí, sentí cómo mi mundo se frenó de golpe y cómo eso a lo que le temía ahora se convierte en parte de mi realidad. Le pregunté qué se podía hacer al respecto y dijo que estaba bastante avanzado, pero que haría todo lo posible para ayudarme. Le agradecí con lágrimas en los ojos y me despedí agradeciéndole su trabajo. Cerré la puerta y sentí un vacío en el pecho, solo pensaba en mi familia y en qué pasaría, pero al mismo tiempo ellos eran mi fuerza. Quería ir a un lugar alejado en donde pudiera llorar. Entonces, inmediatamente, a mi mente llegó el recuerdo de la sonrisa de mi marido y la de mis hijos y me di cuenta que sentarme a llorar por horas no resolvería nada. En ese instante decidí tomar las riendas de la situación, decidí no rendirme. Tenía miedo, dudas, nervios, pero también extensas ganas de vivir y salir adelante, por mi familia y por mí. Mi pensamiento es que todos tenemos problemas y somos nosotros quienes decidimos qué hacer con ellos, también cuánto dejar que nos afecte. Me tomé un momento antes de entrar a mi casa. Tomé valor y entré, vi a mi marido con mis hijos viendo una película. Mi marido se dio vuelta del sofá y me recibió con una dulce bienvenida, me preguntó cómo me había ido. Con su cálida mirada sobre mí y mis hijos atentos a mi respuesta, vi más motivos para salir adelante. Les expliqué la situación. Se preocuparon pero logré calmarlos. Al día siguiente comencé el tratamiento, experimenté algunos malestares, los médicos dijeron que era normal. Las horas, los días, los meses y los años pasaron. Aquí dos años después he aprendido a ser más fuerte, sé que voy a salir adelante y que esta enfermedad que arrebata vidas, no arrebatará la mía. No dejará a mi marido sin su esposa ni a mis hijos sin su madre. Si contara todo lo que pasó se sorprenderían, las veces que me dijeron que no viviría y aún estoy aquí. Casi sana. Cada vez que me dijeron que la enfermedad ganaría la batalla busqué opiniones y me aferré más a la vida. “Todo pasa por algo” dicen… Yo elijo creer en eso, sé que si no hubiese tenido que enfrentarme a esto, nunca me hubiese dado cuenta de que nosotros somos quienes deben salir adelante, que a las cosas malas hay que superarlas y aprender a ser felices con ellas también. Si me preguntan qué cambió de mi vida, diré que nada. Porque todo me hace quien soy y en base a los errores aprendí. ¿Por qué pensar solo en lo malo y deprimirnos cuando tenemos tantas cosas buenas? Con la mano en el corazón les pido a todos que luchen encarecidamente por sus sueños. Yo deseo vivir. Aquí sigo… Ocho años más tarde de cuando hacía dos años que estaba enferma. En total han pasado diez años. Estoy sana. Pude vencer la batalla. Estamos en pleno 2020 luchando contra un virus muy contagioso llamado COVID-19 o también Coronavirus. Otra batalla a la cual le quiero ganar, con las precauciones dictadas, sé que podemos salir adelante, debemos tener responsabilidad y aprender a cuidarnos entre todos. Yo trabajo desde casa, mi marido que es doctor cada día se arriesga por la salud de todos. Mis hijos estudian desde casa. Gracias a la tecnología a distancia podemos estar conectados con nuestros seres queridos. Gané la batalla contra el cáncer y lo mismo haremos todos contra éste nuevo virus, uniendo fuerzas a distancia, encontrando la manera de seguir adelante y ser fuertes. Yo quiero salir adelante, quiero estar bien. ¿Ustedes?